Impresionante relato de quien fue testigo de la masacre con más de 50 muertos en Puerto Alvira en 1998
Puerto Alvira. Los habitantes le decían Caño Jabón, otros Puerto Alvira, pero uno y otro nombre se perdieron por la violencia, especialmente lo ocurrido un día donde fueron descuartizados medio centenar de hombres, mujeres y niños.
Fue la masacre mayor y fui testigo de lo que ya había ocurrido, porque cuando llegué a mi casa, estaba destruida, y mi mujer indígena y mi niño, estaban destrozados por la acción de la motosierra.
Mi dolor fue inmenso, nunca imaginé esta tragedia y lo mismo le ocurría a los pocos habitantes que quedaron en el pueblo, después de la masacre, algunos de los cuales buscaban los cuerpos de sus padres e hijos, pero que jamás encontrarían, porque fueron lanzados a la torrentosas aguas del río Guaviare.
Llegué al día siguiente de la matanza, en mi condición de comerciante y caminante de la zona, donde había dejado a mi mujer, con mi hijo, y otro, que era producto de su anterior marido, y cuando supe la tragedia con temor llegue al `pueblo, para conocer la espantosa realidad.
Tres grupos llegaron la noche del 4 de mayo de 1.998 y cometieron la más criminal de sus acciones. Ellos estaban identificados como los Frentes de Vichada, Los Buitragueños y Los Urabeños, que actuaron con sevicia, y sangre fría, destruyéndolo todo, manifestando que los residentes en Puerto Alvira hacían parte de la guerrilla, que eran informantes de los subversivos, que eran enemigos del gobierno.
Ellos tenían el control, cobraban la vacuna y dirigían las operaciones en la zona, pero intempestivamente , ignorándose porque circunstancia, obraron con la mayor crueldad y tan irracionalmente.
Como pude, dijo Aristóbulo Pérez, salí después en asocio de quienes quedaron vivos, e hicimos rústicos cajones, y los pulimos con aceite quemado, para enterrar los pedazos, producto de la masacre.
Al día siguiente me fui, dice el informante, para la casa de los familiares de mi mujer, a quien le quitaron la vida miserablemente, y al poco tiempo me encontré con uno de los jefes que cometieron el brutal acto.
Al identificarme me trató groseramente, me hizo amarrar, escupió la cara y metieron agujas por la parte baja de las uñas, es decir me torturaron y al final me rociaron con un líquido, y la despedida fue con madrazos, y que me iba a morir lentamente.
Yo recé mucho, le pedí a Dios ayuda y mentalmente recitaba el salmo 91, y eso me salvó.
Llegaron unos indígenas, lavaron mi cuerpo y ahora que estoy con más de ochenta años de edad, sufro las consecuencias y lloro al recordar tal doloroso episodio.
Esa es la guerra que algunos seguramente quieren, pero quienes la hemos padecido, tenemos que repudiar toda actividad violenta, porque son especialmente los campesinos, quienes sufrimos este flagelo, manifestó Aristóbulo Pèrez al Noticiero del Llano, indicando que con los años que tiene y las necesidades que afronta, durante los largos periodos de sufrimiento, y en esta época de pandemia, donde se gana unos pesos haciendo mandados y cantando, de todo lo ofrecido por el gobierno y la empresa privada, no ha recibido una libra de arroz y solo espera que mi Dios lo llame a cuentas, porque el Estado ha abandonado a los viejos y promete muchas cosas, pero es mentiroso lo que dice directamente o por la radio, los periódicos, la televisión o las redes sociales, inundadas de falsedades.
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