El virus que nos hizo cambiar la vida
Es incalculable la pérdida económica registrada desde que se inició esta pandemia, y por ende el aislamiento.
Lo único cierto es que se han salvado muchas vidas y pese a los disidentes de esta política, ellos mismos deben agradecer porque lo más importante es la existencia, así se sufra en ocasiones, ya que queda la esperanza de recuperación, porque donde hay voluntad, ahí se abre un camino.
Es miserable la vida de muchas gentes, de millones de colombianos que trajinan con la pobreza, con hambre, sin trabajo, enfermos, pero que siguen ilusionados con un futuro mejor, así el dibujo sea contrario.
Es la esperanza en un cambio social, es una modificación por el supuesto arrepentimiento que deben tener, quienes han procedido mal, pero estos días de coronavirus les ha hecho reflexionar y por tanto seguramente modificar sus insanas costumbres.
La vida va a ser diferente, y se ha notado el cambio, porque el virus se ha llevado a la eternidad a pobres, pero también a ricos, a negros y blancos, altos y bajitos, gordos y flacos, poderosos y débiles, mujeres y hombres, malos y buenos, culpables e inocentes, gobernantes y ciudadanos del común.
El medio ambiente se ha modificado, el mar se ha aclarado, los peces se han desinfestado y nadan con vigor y muestran sus carnes sanas, los pájaros trinan con alegría, los ríos muestran cristalinas aguas, los árboles han crecido y multiplicado sus hojas que le dan vida y muchos nos entregan sus frutos, el campo a florecido, se respira un aire más limpio, más puro que nos deja respirar con mayor libertad.
El virus ha desafiado al mundo, pero especialmente a los gobernantes como Trump, Bolsonaro, Kim Jong y todos aquellos que se empecinan a acabar con la tierra, que muestran su poder para hacer daño, que propician la guerra.
También a nosotros que reunidos en familia hemos, a la buena o la mala, dialogar con la esposa, la madre, el papá, abuelo, los hijos, y obligados evitar el contacto con quienes nos acompañan en la oficina, taller, en el café, o en la calle, en lugares de permanente tránsito.
La lucha por la vida continuará, no tienen fin, y las gentes en los sectores marginados esperando la ayuda, el necesario auxilio, que para algunos jamás llegará, porque elementos indeseables se lo han robado, pero otros continuaran optimistas y seguramente con más suerte lograrán sus propósitos. Esa es la vida. Como lo señalara el poeta Porfirio Barba Jacob: “undívaga y abierta como el mar”.
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