Adicción a los dulces, tan poderosa como cualquier otra
Se ha demostrado que esta adicción, que tiene ya nombre (sweet tooth, es decir, diente dulce), puede generar síndrome de ansiedad, y ser tan poderosa como la adicción al tabaco o al alcohol. También se sabe que está muy ligada a factores individuales, tanto culturales o aprendidos como genéticos: frente a consumidores frenéticos y compulsivos, otras personas no manifiestan ni siquiera apetencia por los dulces.
Para saber hasta qué punto la sufre uno mismo, además de examinar la cantidad de dulce que ingerimos, debemos hacernos ciertas preguntas, como si somos capaces de hurtar dulces en momentos de ansiedad (de hijos, padres, hermanos…), si necesitamos tomar dulce tras las comidas, si a veces no nos los podemos quitar de la mente o si ocultamos esta debilidad a familiares y amigos.
Un caso particular es el chocolate ya que, además de azúcar, tiene otras sustancias que lo hacen especialmente apetecible y, para muchos (sobre todo, mujeres), obsesivo objeto de deseo: hasta un 75% de mujeres británicas declararon tener dificultad en controlar su consumo.
Tras numerosas investigaciones, se sabe ahora que el chocolate aumenta el nivel de serotonina en el cerebro, por lo que mejora el estado de ánimo, regula la agresividad y puede calmar el malestar. Incluso, el chocolate tiene ciertos compuestos con afinidad por los mismos receptores que el cannabis, que aumentan la sensación de placer y bienestar. Por último, y al igual que otros alimentos de sabor agradable, libera endorfinas en el cerebro.
Como ya se ha indicado, hay marcadas diferencias individuales en lo que a gusto y necesidad de dulces se refiere. Además de factores culturales, los genes intervienen de forma muy notable. Se han identificado dos proteínas, codificadas por sendos genes, que determinan la avidez por los dulces.
Y esa avidez constituye un problema, pues la ingesta inmoderada de dulces puede suponer importantes problemas para la salud: riesgo de diabetes (y descompensación de esta, si ya se sufre), caries, debilitamiento inmunológico, mayor predisposición a catarros y otras infecciones… y, por lo que más nos afecta, obesidad o sobrepeso, con las consecuencias sobre la salud que de ello se derivan. En ocasiones, como en el caso de las bebidas azucaradas, el problema es que la ingesta de dulces aporta muchas calorías de bajo poder saciante, de forma que no se compensa más tarde con una comida más ligera y el saldo total calórico aumenta.
¿Qué se puede hacer en caso de mostrar adicción a los dulces?
Lo más inmediato es intentar moderar su consumo. Para ello, podemos acudir a ciertos trucos. Por ejemplo, quien tiene afición a los dulces suele tenerla también por la fruta, que son alimentos que, aun teniendo azúcar, son saludables. Por tanto, si consumimos más fruta se moderará nuestra necesidad de dulces. También podemos apaciguar la obsesión por su consumo dándonos un pequeño capricho en ciertos momentos, siempre que esta excepción no nos lleve a una ingesta inmoderada.
Y no hay que olvidar que perder el hábito es difícil pero no imposible. Es importante utilizar la fuerza de voluntad e intentar un cambio de hábitos. También se puede acudir al médico que, además de hacernos un control de salud, nos dará pautas para moderar nuestra apetencia. En casos extremos, no hay que olvidar que existen fármacos que bloquean de forma selectiva las endorfinas, lo que puede reducir el deseo de ingerir dulces.
Informe21