Con toda su artillería, se nos fue Gonzalo Jiménez, más conocido como Robagallinas
Se nos fue con todo y artillería, que seguramente utilizará en el más allá, cuando sea necesario, para combatir a quienes imaginariamente eran sus enemigos.
Gonzalo Jiménez, llegó un día cualquiera a Villavicencio, proveniente de allí o de allá, y se estacionó en el “Parque de los varados”, hasta que uno de los comerciantes, un vendedor de ropa, natural de Antioquia, con un almacén ubicado en la calle 38 con carreras 30 y 31 le dio la mano, le suministró alimento y lo vistió, como a él le gustaba, con una gorra de militar, unas charreteras y un pantalón holgado, impartiéndole instrucciones para que llamara la atención de los transeúntes, que miraban a Robagallinas, y en algunos casos entraban al negocio, ante la complacencia del propietario, que decidió mantenerlo, sin exigirle horario, pero ofreciéndole cariño.
Pero el personaje en su bendita locura, contemplaba el cielo, y repentinamente armaba su fusilería, y exclamaba que “los voy a acabar a todos, prepárense porque tengo los aviones dispuestos, los soldados a la orden y todo para destruirlos”, y con un palo de escoba apuntaba a uno y otro lado, y con sus labios pronunciaba medias palabras que nadie entendía, porque estaba en la plenitud de su éxtasis y en el frenesí de orate.
Marquitos, su patrón lo dejaba fugar del almacén, y entonces Gonzalo Jiménez subía hasta el Parque Infantil, donde los muchachos de la época le gritaban Robagallinas, y éste les respondía con piedras, y cansado de la “refriega” retornaba, donde tenía a su disposición una porción de café con leche y un pan Dumbo.
Los años fueron pasando, Marquitos el benefactor cambio de actividad mercantil, y los fundadores del Hogar San Camilo, los de Ropa Intima, lo llevaron a este lugar de asilo donde fue atendido hasta su muerte, que se produjo en Servimédicos, debido a una afección pulmonar, que por los años hizo mella en su vida y se lo llevó a la eternidad.
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